Hay un momento —no se fuerza, no se planea— en el que el perdón simplemente brota.
No como un acto heroico, sino como un gesto de comprensión profunda.
Cuando eso ocurre, la paz y el amor comienzan a instalarse dentro de ti con más fuerza, como si siempre hubieran estado ahí, esperando a que dejaras de luchar contigo misma.
Nos pasamos gran parte de la vida intentando hacerlo bien, buscando no fallar, no decepcionar. Pero a veces la vida no es una línea recta, sino un conjunto de curvas donde aprendemos a cada paso.
Hemos venido a aprender ciertas lecciones, y la humildad consiste en reconocer que nos hemos equivocado, que no lo sabíamos todo, que podríamos haberlo hecho mejor.
Y está bien…
Lo importante no es cuánto te hayas equivocado, sino desde dónde eliges mirarte ahora.
Si lo haces desde la culpa, solo te hundes más.
Si lo haces desde la responsabilidad, te levantas con una nueva fuerza: la de quien decide seguir caminando.
Porque no somos víctimas de la vida. Somos parte activa de ella.
No todo depende de nosotros, pero sí depende de nosotros qué hacemos con lo que nos pasa.
Y eso lo cambia todo.
No te castigues por no haber llegado antes.
No te reproches por haber necesitado tiempo.
El camino se hace andando, no comparando.
Y si no lograste lo que esperabas, no busques culpables fuera.
Eso solo te aleja de ti.
Desde el mindfulness, el perdón no se busca: se permite.
Surge cuando dejamos de pelear con lo que somos y abrimos espacio a la comprensión.
No se trata de decir “ya está” ni de justificar lo ocurrido, sino de mirarlo con presencia, sin añadir más juicio ni más culpa.
Perdonarte es reconocer tu humanidad y volver una y otra vez al instante presente,
a ese lugar donde puedes decirte con suavidad:
“Estoy aprendiendo, estoy creciendo, estoy viva/o.”
No es rendición, es conciencia.
Es una forma de honrar tu proceso sin exigirte perfección.
Así que hoy, quizá puedas hacerte esta pregunta:
👉 ¿Qué decides perdonarte hoy?
Tal vez una palabra que dijiste sin pensar,
una oportunidad que no tomaste,
una parte de ti que aún no sabes abrazar.
Perdonarte no significa olvidar.
Significa soltar el peso de la exigencia y abrirte a seguir aprendiendo con amor.
A fin de cuentas, la vida no se mide por las veces que acertamos, sino por la manera en que aprendemos a volver a nosotros después de cada tropiezo.
Cada paso de perdón —por pequeño que parezca— te acerca un poco más a tu centro, a ese lugar donde ya eres suficiente, y donde el amor vuelve a ser natural.