El cuerpo es un universo. Cada emoción que sentimos deja una huella, un eco que resuena en nuestras células, en nuestros órganos, en nuestra postura. Y aunque no lo notemos a simple vista, nuestro cuerpo siempre está comunicándose con nosotros, ofreciendo pistas sobre lo que ocurre en nuestro interior.
Piénsalo por un momento: la felicidad puede sentirse como una explosión cálida en el pecho, como si algo dentro se expandiera y vibrara. Por otro lado, la tristeza tiende a relegarse, dejando un vacío en el estómago o un peso en los hombros. La ansiedad, esa vieja conocida, puede acelerar el ritmo cardíaco, secar la boca o generar un nudo persistente en la garganta. Cada emoción tiene su correlato físico, y juntos forman un mapa emocional que a menudo ignoramos.
¿Por qué sucede esto? Porque la conexión entre el cuerpo y la mente es mucho más profunda de lo que solemos creer. Las emociones no son solo experiencias abstractas; son procesos químicos y eléctricos que afectan directamente a nuestro sistema nervioso, endocrino e inmunológico. Cuando vivimos mucho tiempo en un estado emocional –ya sea de estrés, tristeza o incluso alegría–, ese estado comienza a moldear nuestro cuerpo, como el agua que erosiona lentamente una roca.
Por ejemplo, piensa en la postura de una persona que lleva meses sintiéndose desmotivada. Sus hombros estarán caídos, su respiración será más superficial y su energía parecerá apagada. Ahora contrasta eso con alguien lleno de entusiasmo: su pecho estará abierto, su cuerpo vibrará con vitalidad. No se trata solo de hábitos posturales, sino de cómo las emociones moldean literalmente nuestra fisiología.
El lenguaje de las sensaciones
Aquí es donde Mindfulness nos invita a entrar en escena: a observar, a escuchar, a sentir. Porque aunque no siempre podamos ponerle palabras a lo que ocurre en nuestro interior, las sensaciones están ahí, esperando nuestra atención.
¿Has sentido alguna vez el espacio entre tus dedos? ¿O el cosquilleo de la luz cuando pasa de repente del sol a la sombra? Estas sensaciones, aunque sutiles, son ventanas al momento presente. Cada pequeño detalle –el peso de tu cuerpo sobre la silla, el roce de la ropa, la tensión en tu mandíbula– te conecta con lo que está ocurriendo ahora, en este preciso instante.
Existen sentidos que conocemos bien, como la vista o el oído, pero también otros más sutiles, como la propiocepción (que nos permite sentir nuestra postura) o la cenestesia (que nos conecta con el estado general de nuestro cuerpo). Estas sensaciones internas son como un radar que nos permite explorar el territorio de nuestro ser, recordándonos que somos mucho más que pensamientos o emociones.
¿Qué pasaría si escucháramos a nuestro cuerpo más?
Cuando aprendemos a observar nuestras sensaciones, nos damos cuenta de que las emociones son pasajeras. Como olas, llegan, suben, alcanzan su punto máximo y luego descienden. Lo que las hace parecer permanentes es nuestra resistencia a ellas, nuestro afán de aferrarnos a lo agradable o de evitar lo incómodo. Pero cuando nos permitimos sentir sin juicio, algo extraordinario sucede: las emociones comienzan a fluir.
Es en ese momento de apertura donde descubrimos que el cuerpo tiene una sabiduría única. Nos avisa cuando algo no está bien, cuando necesitamos descansar, cuando hemos llegado a nuestro límite emocional. Sin embargo, en el ritmo frenético de la vida moderna, solemos ignorar estas señales hasta que el cuerpo, finalmente, grita: un dolor persistente, una enfermedad, una sensación de agotamiento que ya no se puede ignorar.
Una invitación
Hoy, te invitamos a hacer una pausa. No necesitas nada especial, solo a ti mismo.
Cierra los ojos y lleva tu atención a tu cuerpo.
¿Qué sensaciones están presentes?
¿Dónde sientes tensión, ligereza, calor o frío?
¿Qué emoción parece habitar en tu interior ahora mismo?
No intentes cambiar nada. Simplemente observa.
Este simple acto de atención puede transformar tu día. Porque cuanto más escuchamos al cuerpo, más comprendemos que cada sensación, cada emoción, cada latido es una invitación a reconectarnos con nuestra esencia.
El cuerpo no solo siente, también sabe. Y cuando lo escuchamos, descubrimos que tiene respuestas que la mente, por sí sola, nunca podría ofrecernos.
Ver artículo: https://www.pnas.org/doi/pdf/10.1073/pnas.1321664111